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Construyamos espacios de esperanza (Corpus Christi 2014)
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Construyamos espacios de esperanza (Corpus Christi 2014)

19/06/2014

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Construyamos espacios de esperanza (Corpus Christi 2014)

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CARTA PASTORAL DEL OBISPO DE ZAMORA EN EL CORPUS CHRISTI Y DÍA DE LA CARIDAD 2014

Muy queridos hermanos en el Señor Jesucristo:

Nos llena de alegría la celebración de la Solemnidad del Corpus Christi que viviremos, unidos a tantos cristianos, el domingo 22 de junio, ya que en ella nos acercaremos más intensamente al inmenso Amor de Dios que ha venido hasta nosotros en Jesucristo y sigue vivo entre nosotros en la Eucaristía. En la Eucaristía se nos concede participar de la Caridad divina de Cristo, ya que en su Cuerpo y Sangre sacramentales se hace presente la entrega de toda su persona para establecer germinalmente en la historia el Reino de Dios, por el cual Dios comunica a todos los hombres sus dones de la justicia, la libertad, la misericordia y la vida.

Reconocemos fácilmente el vínculo existente entre Eucaristía y Caridad, de ahí que en esta jornada festiva centrada en adorar el Sacramento del Cuerpo de Cristo se haya establecido el Día de Caridad, con el propósito de que celebrando el banquete eucarístico nos sintamos movidos a acrecentar la virtud cristiana de la caridad.

Este año quiere resaltarse que, además de la Caridad, también la Eucaristía suscita, incentiva y sostiene la Esperanza, de ahí que se haya escogido como lema de este Día de Caridad esta propuesta: “Construyendo espacios de esperanza”, ya que viviendo la caridad estamos contribuyendo a generar esperanza en el mundo presente.

Percibimos que vivimos en un contexto cultural y social débil en esperanza, en el que pareciera que esta experiencia humana fundamental se ha puesto en entredicho, ya que nos domina más el escepticismo ante un posible mañana mejor, o incluso preferimos acomodarnos plácidamente a lo ya alcanzado sin procurar transformarlo. Aunque los cristianos hemos de caracterizarnos por ser personas esperanzadas, ya que ponemos nuestra firme confianza en Dios, el cual nos ha amado y nos sigue amando hasta el extremo de entregarse en Jesús por nosotros. Por esto descubrimos que hay Alguien en quien podemos esperar en toda circunstancia y que nos abre a una esperanza consistente. Con la Pascua de Cristo se nos ha mostrado que hay esperanza para cada hombre: el mundo nuevo que en el Resucitado ya ha comenzado, y que se nos ofrece como futuro de gozo, justicia y vida para todos los hombres y mujeres. De ahí que los cristianos nos sentimos enviados a expandir y hacer partícipes a todos de esta esperanza.

Esta esperanza fundada en Dios nos impulsa a alcanzar los grandes anhelos humanos, pero no puede quedar encerrada sólo para los creyentes, sino que nos mueve a difundirla, animando a los otros hombres a que reaviven su esperanza. Es decir, a que en todos se despierten deseos de un mundo renovado, distinto y mejor que el presente. Por ello los cristianos, animados por la esperanza, nos sentimos interpelados a no conformarnos con la injusticia y desigualdad de nuestra sociedad actual, y nos comprometemos a hacer ya presente el mundo nuevo prometido por Dios, que colmará la esperanza de tantos semejantes a quienes les ha sido arrebatada o se les ha diluido.

Esto significa que “la esperanza que hemos de llevar a este mundo nuestro”, como nos apremia el Papa Francisco, conlleva el ejercicio activo de la caridad, sobre todo, con los hombres más necesitados y vulnerables. Lo cual supone, en primer lugar, que abramos los ojos a la realidad para mirarla con los ojos de Dios y desde el lado los pobres. Esta mirada nos permite descubrir algunos indicadores preocupantes ya en nuestra sociedad: las personas que padecen ningún tipo de exclusión social son una minoría; la fractura social entre quienes se encuentran en la franja de integración y los que están en situación de exclusión se amplía; el aumento progresivo de la desigualdad; la reducción de los servicios sociales; las dificultades para acceder a la vivienda; la bajada del nivel medio de la renta, y el índice creciente de pobreza infantil.

También supone que tengamos los oídos atentos para escuchar “el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra”, que no ven satisfechos los derechos fundamentales al alimento, la educación, la salud y el trabajo.

Ante esta indigna realidad los creyentes en Cristo, no podemos dejarnos llevar por la indiferencia y el desaliento, sino que estamos llamados a aportar esperanza a los desalentados, desatendidos y desvalidos, ya que, como nos enseña el Papa Francisco: “cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad: esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor de los pobres y socorrerlo” (Evangelii gaudium n. 187).

Por medio de Cáritas, la Iglesia está generando esperanza en nuestra sociedad a favor de personas y grupos sociales. Esto nos debe motivar a asumir y esforzarnos por verificar el loable objetivo que nos propone para este Día de Caridad: que los cristianos abundando en caridad, a nivel personal y asociado, construyamos espacios de esperanza.

Construimos espacios de esperanza a través de un estilo nuevo de vida que, como nos señala el Mensaje de la Comisión de Pastoral Social para esta Jornada, lo podemos concretar desarrollando estas orientaciones: respondiendo con gestos sencillos y cotidianos de solidaridad ante las necesidades de los hermanos y cambiando nuestros hábitos alimentarios evitando el desperdicio de alimentos; reconociendo la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes, y defendiendo los derechos de los más pobres, renunciando los más favorecidos a algunos de sus derechos; creando una nueva mentalidad por la que promovamos lo comunitario y prioricemos la vida de todos sobre la apropiación indebida de los bienes sólo por algunos; contribuyendo a una economía al servicio del hombre y rechazando la economía de la exclusión y del descarte; y apostando por los más débiles, promoviendo el desarrollo integral de los pobres y cooperando para resolver las causas estructurales de la pobreza.

Todo un programa esperanzador que, convencidos y decididos, debemos ejercitar con nuestra implicación en Cáritas, para lo cual tenemos la oportunidad de colaborar activamente en su voluntariado, así como seguir implantando las Cáritas parroquiales, y con nuestra aportación generosa a favor de sus múltiples iniciativas.

Con mi gratitud por ser sensibles a este llamamiento, os doy mi bendición.

+ Gregorio Martínez Sacristán

Obispo de Zamora

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