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José Francisco Matías: “el bien de la familia es responsabilidad de todos los fieles”
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Reportajes de la Vicaría de Pastoral

27/01/2017

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José Francisco Matías: “el bien de la familia es responsabilidad de todos los fieles”

El vicario general de Zamora, José Francisco Matías, expuso ayer en las Jornadas Diocesanas las situaciones difíciles e irregulares de matrimonios y familias y la respuesta de la Iglesia.

Zamora, 27/01/17. La segunda conferencia de las XV Jornadas Diocesanas, dedicadas este año a la familia, estuvo a cargo de José Francisco Matías Sampedro, vicario general y vicario judicial de la Diócesis de Zamora y párroco de San Ildefonso en la capital, con el título “Matrimonio y familia: situaciones difíciles e irregulares. Integración de la fragilidad”.

El matrimonio: realidad natural y “elevación” religiosa

Tras unas palabras introductorias en las que destacó el interés de la Iglesia por estar cerca de las familias que sufren experiencias traumáticas, desde el discernimiento y la misericordia, el ponente expuso la concepción católica del matrimonio, que “es una realidad natural. Hoy nadie pone en duda que el formar un matrimonio y una familia es uno de los derechos fundamentales del hombre. El matrimonio constituye la célula principal de la sociedad, y no puede no interesar al bien común, con el que colabora”.

Por ello, insistió, no es un asunto meramente privado de los esposos, sino que tiene unos efectos sociales y jurídicos. Además, para los creyentes, “es una verdad de fe que el matrimonio es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo, algo que la Teología expresa con la imagen de la elevación del amor conyugal a la categoría de sacramento”.

El vicario general planteó algunas cuestiones importantes para los pastores de la Iglesia: “¿se puede privar del derecho natural al matrimonio a aquellos bautizados que se acercan a la Iglesia diciendo no creer o sin relación con la Iglesia? ¿Y cómo se puede aceptar que su relación sea un matrimonio si no tienen fe? Esto es una cuestión a estudiar. Ya Benedicto XVI planteó la cuestión de si cualquier relación conyugal entre dos bautizados sería ipso facto matrimonio sacramental. Por ello ha de cuidarse la preparación”.

El matrimonio es comunidad de vida y amor, porque es reflejo del amor entre Cristo y su Iglesia, y como dice el papa Francisco en la exhortación Amoris laetitia, “se realiza en la unión entre un varón y una mujer que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad, que se pertenecen ante la muerte, consagrados por el sacramento que les confiere la gracia para constituirse en Iglesia doméstica y fermento de vida nueva para la sociedad”.

Orientación y acompañamiento

Según el Papa, tal como recordó José Francisco Matías, “otras formas de unión contradicen radicalmente este ideal, pero algunas lo realizan de modo parcial y análogo. Habrá que ver cómo las llevamos y las vertebramos hacia una entrega total”. Porque ciertamente “hay elementos positivos en situaciones que todavía no corresponden a lo que enseña la Iglesia. Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no molestar a la sensibilidad actual, o por moda, o por sentimientos de inferioridad. Estaríamos privando al mundo de los valores que podemos y debemos aportar”.

La actitud de la Iglesia no puede ser negativa ni autoritaria, sino creativa: “no podemos quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales. Ni imponer normas por la fuerza de la autoridad. Lo normativo sí, pero asumido en conciencia. Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, entendiendo y presentando las razones y motivaciones del matrimonio y la familia, sobre todo los propios matrimonios cristianos, que deben conocer y vivir esa realidad”.

La familia, decisiva para la Iglesia y para el mundo

“La familia es escuela del más rico humanismo”, según expresó el Concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et spes. El ponente habló también de la dificultad de la relación entre tres generaciones: abuelos, padres e hijos. “La familia es la sociedad natural en la que el hombre y la mujer son llamados al don de sí y al don de la vida”. Y desde ella se construye la sociedad, porque en ella se viven “autoridad, estabilidad, vida de relaciones en el seno de la familia...”.

Por ello, recalcó, “el bien de la familia es decisivo para el futuro de la Iglesia y del mundo. Por eso hay que prestar atención a las realidades concretas de las familias. Es una tarea de conocimiento artesanal, y es responsabilidad en cada Iglesia local desde el pastor –el obispo– hasta el último de los fieles”.

Las realidades de las familias hoy son desafíos: “no podemos quedarnos en lamentos, sino que hay que despertar, como dice el papa Francisco, una creatividad misionera. Pero nos encontramos con que también por parte de los cristianos, se ha producido un oscurecimiento de los valores fundamentales de la familia”, algo que se ve, por ejemplo, en la facilidad de acceder al divorcio, también en los matrimonios canónicos.

¿Cuáles son las situaciones difíciles?

El vicario general expuso una serie de situaciones familiares difíciles que plantean a la Iglesia una actitud y una acción determinadas. En primer lugar, los novios “que no dan el paso. Experiencias de relaciones a prueba, en las que se pone en entredicho la entrega en totalidad, la total donación de la propia persona al otro cónyuge. ‘Vamos a probarnos’. Sin embargo, el amor de Cristo a su Iglesia no fue así”.

La segunda situación difícil es la de los “unidos con las así llamadas uniones de hecho. Uniones sin ningún vínculo reconocido civil o religiosamente”. José Francisco Matías desgranó algunos de los motivos: “la falta de formación, la falta de fe, la desconfianza en el futuro, las estrecheces económicas, una concepción de la libertad que rechaza todo vínculo jurídico y que se basa en los intereses, una actitud de desprecio o rechazo de la institución familiar, la mera búsqueda del placer, el pensar que las celebraciones son costosas... con voluntad de establecer un período de prueba, en muchas ocasiones, antes de contraer el matrimonio”. Se trata de “un reto a nivel social, al ser considerada una forma lícita de vivir juntos, equiparada para muchos al matrimonio. Tenemos que tener una palabra crítica ante esas situaciones”.

También existe el “matrimonio a prueba o experimental. Hay un vínculo, pero se hace como experimento, algo que no debería hacerse entre personas. ¿Qué concepción hay del otro cuando el matrimonio es a prueba? ¿Qué compromiso hay? La Iglesia no puede admitir esto: el matrimonio entre dos bautizados es el símbolo real de la unión de Cristo a su Iglesia, que es fiel y para siempre”. Por ello, declaró, “un matrimonio concebido a prueba sería canónicamente nulo”.

Otro caso sería el de los “católicos unidos con un matrimonio meramente civil, rechazando o difiriendo el religioso. La extensión de una mentalidad secularizada y el indiferentismo religioso llevan a tomar esta decisión. Algunos, para dejar la puerta abierta a la posibilidad de un futuro divorcio. Hay justificaciones de todo tipo”. Ante esta realidad, “la acción pastoral ha de hacer comprender la necesidad de coherencia entre la vida y la fe. Hay que ayudar a estas personas a regularizar su situación a la luz de los principios cristianos”.

Por último, una situación que también se da es el recurso a la separación. “Hay situaciones en las que la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible. Debe considerarse como un remedio extremo, y desde los principios del Derecho Canónico, después de cualquier intento razonable de restablecer la convivencia, sin fruto”. El ponente recordó también que “la Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación, pero no dejan de ser esposos ni quedan libres para una nueva unión. Además, deben fijar bien cómo será la educación y el sustento de los hijos. Hay casos donde la separación es inevitable o incluso moralmente necesaria”, como señalaba Benedicto XVI.

¿Qué pasa con las situaciones irregulares?

En cuanto a lo que la Iglesia entiende por irregularidad en la vivencia del matrimonio, José Francisco Matías se refirió en primer lugar a los divorciados civilmente y no casados de nuevo. Como se observa en el Evangelio, “Jesús insiste en la intención original del Creador, que quería un matrimonio indisoluble, y deroga la tolerancia que se había introducido entre los judíos, porque el divorcio es una ofensa grave a la ley natural, que atenta contra la alianza de salvación, de la cual el matrimonio sacramental es un signo, según el Catecismo”.

En estos casos, señaló el ponente, “habrá que valorar y atender a quién ha provocado la situación y quién la sufre. Es distinto quien se ve injustamente abandonado que quien destruye un matrimonio por su pecado. Por eso es necesario conocer a la familia, acompañarla, ayudarla... y tener en cuenta siempre el cuidado de los hijos”.

También habló de los divorciados civilmente y casados de nuevo. “Se ha extendido la idea de rehacer el matrimonio aunque sea de forma sólo civil. Hay que diferenciar entre los que se han esforzado por salvar su matrimonio, los que han sido abandonados, los que han roto el matrimonio, los que se casan de nuevo por causa de la educación de los hijos, los que están convencidos de que nunca fue válido su primer matrimonio...”.

La cuestión de los hijos

En todas las situaciones de ruptura de la relación matrimonial, “el hijo no puede ser considerado como un objeto de propiedad, ni como un derecho. Sólo el hijo tiene verdaderos derechos: a ser el fruto del amor conyugal de sus padres, y a ser respetado como persona desde el momento de su concepción. Los hijos no pueden reducirse a una posesión caprichosa de los padres”. Porque, como lo prueba la realidad, “los niños son las víctimas inocentes de la situación, y no deben ser usados como rehenes que carguen el peso de la separación”.

La Iglesia, “aunque comprenda las situaciones conflictivas que pueden atravesar los matrimonios, no puede dejar de ser voz de los que más sufren, que son los niños, muchas veces en silencio. La comunidad debe estar cercana a estas familias para poder tener una palabra con estos padres en situación irregular, y que no se sientan alejados de la vida comunitaria, como si estuvieran excomulgados”.

Caminos de respuesta

El vicario general recordó que el Papa utiliza cuatro sustantivos: acogida, acompañamiento, discernimiento e integración. En los contextos de fragilidad y de irregularidad, “la Iglesia no debe renunciar a proponer el proyecto del matrimonio, su ideal pleno. Hay que ir al máximo, a la utopía. La tibieza, cualquier forma de relativismo... serían una falta de fidelidad al evangelio y una falta de amor de la Iglesia hacia los jóvenes. Si no se hace, estamos no llevando a cabo el ideal del Evangelio, estamos siendo infieles”.

“Hay que comprender las situaciones excepcionales, sin dejar de proponer lo que Jesús ofrece al ser humano”. Por eso se hace necesario un “esfuerzo pastoral para consolidar los matrimonios y así evitar las rupturas. Y acompañar con misericordia y paciencia las etapas de crecimiento de las personas. El Espíritu Santo derrama el bien en medio de la fragilidad, y la Iglesia ha de estar atenta a ello”.

Las crisis matrimoniales, explicó, “frecuentemente se afrontan de un modo superficial. Por eso hacen falta paciencia, diálogo sincero, reconciliación y perdón, sacrificio, etc. Y se hace necesario un discernimiento particular para acompañar a los separados, divorciados... acogiendo el dolor de los que han sufrido injustamente la separación o se han visto obligados a separarse. Necesidad de una pastoral de la reconciliación y de la mediación, a través de centros especializados que habría que ofrecer en las diócesis, como los Centros de Orientación Familiar (COF)”.

A los que viven sin casarse “hay que acercarse con discreción y respeto, allanándoles el camino hacia la regularización de su situación, haciéndoles comprender la riqueza humana y espiritual del matrimonio. Es el ejercicio de la caridad activa, que no es esperar a que nos lo pidan”. Además, “hay que alentar a las personas divorciadas que no se han vuelto a casar a encontrar en la eucaristía su alimento y sustento. Hay que hacerles sentir que son parte de la Iglesia y que no están excomulgadas: siempre integran la comunidad eclesial. Esto exige discernimiento y acompañamiento, evitando toda discriminación, alentando su participación, y desterrando morbo y chismorreos”.

En este contexto, aclaró, “la comunidad no ve debilitarse su fe y su testimonio de la indisolubilidad al hacerse cargo de estas personas, sino que expresa su caridad”.

Las nulidades matrimoniales

José Francisco Matías, que también es vicario judicial de Zamora, explicó desde su experiencia en el Tribunal Eclesiástico el recurso a la solicitud de la nulidad del matrimonio. “La Iglesia no anula matrimonios, sino que declara que el matrimonio no existió. La declaración de nulidad es muy distinta del divorcio. Aquí no se dice que el matrimonio ha terminado, sino que no lo hubo”.

En estos casos, se establece si el vínculo existía como válido desde el comienzo. Para ello hay que tener en cuenta los elementos esenciales del sacramento del matrimonio: unidad, fidelidad, indisolubilidad, el bien de los cónyuges y la apertura de la vida. “Si uno de los cónyuges excluye en el momento del consentimiento uno de estos elementos, el matrimonio será inválido. Pero esto hay que probarlo. La Iglesia no da las nulidades sin más ni más”. Además, señaló que debe haber una vinculación estrecha entre los tribunales eclesiásticos y la Pastoral Familiar y las parroquias.

Es cosa de todos

Frente a estas situaciones, por amor a la verdad, “los pastores están obligados a discernir bien las situaciones, algo que ya pidió Juan Pablo II. Hay que evitar los juicios que no tienen en cuenta la complejidad de las situaciones ni el sufrimiento. La Iglesia es Madre que acepta y ama, dice el papa Francisco, y se inclina hacia los pobres y alejados, que siguen incorporados a Cristo por el bautismo. A nosotros nos corresponde no considerarlos nunca extraños a la Iglesia, no excluirlos, sino dedicarnos a ellos con la mayor solicitud y caridad”.

El ponente habló de la importancia del acceso a los COF, y tener siempre en cuenta, en primer lugar, la “intención de reconciliar a las partes”. También se refirió a la importancia de la formación de las conciencias: “la conciencia debe ser formada, es el deber moral mayor del hombre. La conciencia traduce la ley natural en la vivencia de la persona, en una continua conversión a la verdad y al bien. Esto hay que formarlo, no surge de forma espontánea”.

“En toda situación difícil hay que hacer presente la verdad de Cristo, que es la gracia que nos hace libres. Es un momento de acercamiento a la persona en su situación concreta, aplicando la ley de gradualidad en su aproximación a la Iglesia. No supone adaptar la ley de Dios a la conciencia subjetiva de la persona, sino buscar el camino para cada uno. Nuestra tarea pastoral más importante con las familias es fortalecer el amor y sanar las heridas”, señaló.

Misericordia, y no condena

El camino de la Iglesia es “el de no condenar a nadie para siempre, el camino de la misericordia. La caridad verdadera siempre es inmerecida y gratuita. Hay que ver cómo sufre la gente a causa de su condición, integrando a todos, viendo la manera en que cada uno ha de participar en la vida eclesial. Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. Una participación más plena en la vida de la Iglesia. Buscar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento dentro de los propios límites. La finalidad es la integración, y eso es lo que ha de hacer la Iglesia”.

La Iglesia entiende que “toda ruptura del vínculo matrimonial va contra la voluntad de Dios, pero es consciente también de la fragilidad de muchos de sus hijos. Iluminada por Jesucristo, mira con amor a los que participan de su vida de modo incompleto. Aunque siempre propone la perfección, la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado”.

José Francisco Matías terminó su conferencia citando la parábola del buen samaritano, y aludiendo a cómo los pastores de la Iglesia y los agentes de pastoral pueden ser como el sacerdote y el levita, que pasan de largo de estas situaciones para no complicarse la vida. Por el contrario, dijo, en las situaciones descritas “se necesitan muchos buenos samaritanos que acompañen estas situaciones con la cercanía humana, la acogida y la oración”.

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