Enseñanza
07/07/2023
DEFENDIENDO LA PÓCIÓN MÁGICA DE LA FUERZA ETERNA
La diócesis de Zamora ha asumido desde hace décadas que el tiempo libre es un espacio educativo y evangelizador de primer orden, así lo demuestran las decenas de actividades programadas a lo largo del curso y particularmente en el tiempo estival. Con la llegada del verano son muchas las parroquias, delegaciones, movimientos y grupos que se ponen manos a la obra y diseñan campamentos, peregrinaciones, viajes u otro tipo de iniciativas que ponen en valor el encuentro, la convivencia, la fraternidad y un sinfín de valores que emanan del Evangelio.
El Campamento Diocesano que se realiza en el Lago de Sanabria es una de esas iniciativas. Con 17 ediciones tiene ya una dilatada historia en el tiempo. Nació en el entorno de la parroquia del Carmen de Renueva, de Benavente, donde Don Tomás Calero, un sacerdote con un extraordinario carisma educativo, puso hace 34 años en marcha un campamento parroquial que progresivamente fue consolidando un equipo de monitores que hoy constituye los cimientos del Campamento Diocesano. Los chavales que, entonces con 9 o 10 años, empezaron como acampados con Don Tomás, hoy son los monitores que sostienen este proyecto de ámbito más diocesano. Hombres y mujeres con profesiones diversas, padres y madres de familia que han integrado a sus hijos en el proyecto y que dedican sus vacaciones a servir a los demás, estudiantes que aprovechan su verano para hacer un voluntariado. Cada uno de ellos representa el mejor ejemplo de lo que la Iglesia ha ido forjando en estas últimas décadas: creyentes maduros que, con mayor o menor implicación eclesial, ofrecen su tiempo, su experiencia, sus conocimientos de manera generosa y con el único objetivo de dar gratis lo que ellos recibieron gratis, una opción que rompe con las inercias de una sociedad que apuesta por lo individual y que no demasiadas veces asiste a este tipo de expresiones altruistas.
Juan Carlos López es su coordinador y manifiesta, sin ningún tipo de duda, que “lo mejor de esta actividad es el equipo humano que la pilota: personas íntegras, contrastadas, con formación en el ámbito del tiempo libre, responsables y generosas, capaces de anteponer las necesidades de los acampados a las suyas propias. En el campamento tenemos una máxima que es ´no estar de más´, un principio que resume nuestro libro de estilo y que Don Tomás marcó a fuego en el corazón de cada uno de los chavales que él mismo promovió para que un día fueran monitores. Somos aproximadamente cuarenta adultos los que constituimos esta gran familia: profesionales de diferentes sectores y estudiantes universitarios unidos por la vocación educativa inspirada en los valores cristianos que, partiendo del juego como recurso, queremos modelar por dentro a los acampados para ayudarles a ser más libres, más agradecidos, mejores personas y a descubrir que en medio de todo eso Dios se hace presente para completar y darle sentido a la vida”.
En esta edición han sido 170 los niños y adolescentes que han participado en el campamento, sumergiéndose en una historia inspirada en el famoso cómic de Asterix y Obélix. Óscar García, uno de los monitores encargado de la parte creativa, apunta que “aunque el trabajo, durante las semanas previas, es intenso ver cómo disfrutan los chavales sumergiéndose en nuestras historias es una experiencia riquísima para nosotros y justifica todos los esfuerzos”. Óscar, más conocido como Vampy, no podría entender su vida sin el campamento porque incluso aquí conoció a Sole, la que hoy es su mujer. Champy es otro de los monitores más emblemáticos del campamento, sus actuaciones embelesan a los niños y les sumergen en las mil y una historias que van vertebrando la actividad. Empezó como acampado a los 10 años y hoy con 25, militar profesional, pide sus vacaciones para compartir su tiempo con estos chavales venidos mayoritariamente de Zamora, pero también de diferentes partes de España. Champy reconoce que, en buena medida, se siente “hijo del campamento diocesano”. Lo mismo ocurre con otros monitores como Mamen, Iturbe, Uri, Jose, Ana, Champy, Rosa, Teo, Paloma, Chechu, Tania, Emilio, Raúl, Pablo, Miriam… son ese tipo de personas que calladamente hacen que estas iniciativas puedan funcionar y colaboren en la construcción de una sociedad mejor que le permita a los chicos pensar que se puede ser y vivir de otra manera. Junto a los monitores más experimentados, están otros que llegan y son el futuro: Carlos, Cristina, Gadea, Javier, Miriam, Manu, Manuel, Nuria, Patri, las Paulas, Raquel, Teresa, Irene… Y cómo no, el equipo de cocina formado por Yoli, Zara, Míkel y Sara, gente de bien, que se entrega durante jornadas de doce horas para que los chavales coman como en casa, o mejor porque tienen más hambre. Y Carmen, como médico, junto a Millán, como sacerdote, son otros dos perfiles decisivos.
Beltrán es uno de los muchos acampados que no falta a su cita estival y añade que “yo, cuando sea mayor, lo que quiero es ser monitor porque me gusta ayudar a los niños”. Hay quienes, después de participar en muchas ediciones, se resisten a quedarse fuera de la actividad porque superan la edad establecida y negocian con el coordinador una prórroga para mantenerse vinculados de la manera que sea. López Hernández reconoce que no es fácil decirle adiós a los chavales que por cumplir 15 años ya no pueden participar en el campamento e indica que “es nuestro gran reto: mantener cerca a estos chicos que podrían ser los monitores del futuro. Nos gustaría que existiera alguna manera de establecer conexión con ellos para que no se rompiera el vínculo, pero no resulta fácil, aunque de momento la continuidad está asegurada”.
Entre los más pequeños se encuentra Lorea, la benjamín del campamento. Cuando le preguntamos que cómo se lo está pasando dice sin paliativos “muy bien, además tengo muchas amigas en mi tienda”. Porque esto va de amigos. Es verdad que otros niños, menos de los que pudiera parecer, echan en falta a sus padres, pero se va capeando el temporal y conforme avanza la actividad su adaptación termina de hacerse efectiva.
A lo largo de estos diez días también ha habido oportunidad de acercar a los acampados a otros ámbitos como el de la Guardia Civil, que prestó varios equipos para presentar a los acampados sus servicios, en concreto el GEAS, el GREIM y el PEGASO. También las rutas por la naturaleza y el baño en el lago han sido actividades recurrentes durante estos días.
En definitiva el campamento diocesano es una de tantas apuestas que la Iglesia zamorana despliega en ese afán de ir y anunciar el Evangelio por todos los rincones del planeta, una manera de construir el Reino y de mostrar que apostando por la educación siempre hay futuro.