Misiones
22/10/2021
"Doy gracias por lo que aprendí y viví"
Marta Ferrero Moralejo tiene 25 años, es Enfermera en Urgencia en el Hospital Virgen de la Concha y en el año 2017 viajó a Lobito -Angola- acompañada por Lara, otra compañera, y el sacerdote Jesús Campos, entonces párroco de San Lorenzo.
Su experiencia ha servido para ilustrar la porta de la revista Super Gesto. La revista misionera dedicada a los jóvenes. Se da la circunstancia que después de años de editar la revista, es su último ejemplar de la historia. Deja de emitirse para encontrar otros cauces de comunicación con los jóvenes.
Marta vive con sus padres y reconoce que "siempre hemos estado muy vinculados a la Iglesia de nuestro barrio, San Lorenzo". Tal es así que desde pequeña participaba en las actividades que se realizaban a lo largo del curso: "el Domund, la operación kilo, los villancicos en Navidad, etc". Marta también participó junto a su parroquia en los campamentos estivales y tuvo la oportunidad de asistir a dos JMJ (Jornada Mundial de la Juventud) con el grupo de jóvenes del que formaba parte.
El entonces párroco de San Lorenzo les ofreció la oportunidad de vivir la experiencia misionera en Angola a Marta y a Lara. Si bien en un primer momento les generó dudas, finalmente las dos jóvenes zamoranas acompañaron durante 43 días al sacerdote a Angola. "Hubo mucha ilusión y trabajo antes de ir y también en la vuelta porque sentía la necesidad de que mi mundo sintiera parte de lo que había vivido en Angola", apunta Marta.
La joven misionera explica que antes de su partida, hubo muchas personas que se volcaron en la preparación del viaje y comenzaron a recoger todo tipo de material: "material escolar, sanitario, juguetes para los más pequeños, ropa y equipaciones deportivas, y multitud de donaciones altruistas para que luego ellos pudieran invertir en lo que consideran necesario allí".
Una vez aterrizados en Lobito, tres misioneras de la comunidad de Misevi acogieron a los zamoranos y éste se convertiría en su hogar durante su estancia en el continente africano. Marta reconoce que le impresionó la ingente labor que desarrollaban a diario desde esta comunidad: "Tenían muchos proyectos abiertos y eran consideradas unas verdaderas hermanas entre la gente. Todos contaban con ellas en su día a día y agradecían la labor que realizaban en los distintos ámbitos de la zona".
El sacerdote y las dos misioneras zamoranas trabajaron intensamente junto a la comunidad de Misevi, tanto en el colegio como en el centro de salud.
"Primeramente, trabajaban en las escuelas de los niños más pequeños donde Chus y Lara tuvieron su puesto fundamentalmente. Allí, además de enseñarles las cosas básicas del colegio como en nuestros centros de aquí, había una doble tarea escondida detrás. Por un lado, cada niño recibía una comida antes de volver a sus hogares. Y por el otro, las misioneras se aseguraban también de que los pequeños acudían limpios y aseados pues, al principio del curso escolar se les entregaba un uniforme (era de una tela típica de aquella cultura, el Samakaka, por lo que guardaba además un gran valor sentimental para todos ellos) y debían llegar con él impoluto cada día", afirma.
Sin embargo, Marta desarrolló su misión, especialmente, en el centro de salud. "Este espacio, que se abarrotaba cada mañana con gente muy enferma en cada esquina, era aprovechado por las tardes por estas misioneras para llevar a cabo talleres de deshabituación alcohólica, madres gestantes, compartir experiencias vividas con el Señor,… Junto a este centro de salud, se situaba el Lar de Ancianos, regentado también por las Hermanas de Lobito y en el que echaban una mano a diario las mujeres de Misevi".
La jornada de Marta comenzaba muy temprano y asegura que la tarea no era sencilla por la falta de recursos. Sin embargo, allí aprendió que "los buenos resultados no se basan únicamente en lo material". El trabajo que se realiza es integral.
"Aunque hubo días tristes, la mayoría de mis recuerdos son de una inmensa alegría. Por ejemplo, ¡qué bonito cuando entregamos los balones! Los niños corrían como locos de felicidad en aquel campo y nosotros con ellos, claro está. Vivimos eucaristías preciosas en medio de praderas infinitas, con atardeceres de fondo a veces y otras con el cielo a punto de amanecer. Rosarios cortos con niños correteando entre nuestras piernas y también misas largas de domingo con los más mayores de la zona".
La joven enfermera zamorana destaca que a pesar de las carencias materiales "eran felices, muy felices, con vidas sencillas". Por eso, explica Marta, "cada día doy gracias por todo lo que sentí y aprendí. Creo de corazón que ellos se merecen también lo mejor en sus vidas. Lo que para nosotros puede ser un pequeño gesto, para otros puede ser una nueva oportunidad de vida así que, no dejemos de compartir lo mejor que llevamos dentro".