Comunicación
19/07/2020
El riesgo de una vida light
No podemos conformarnos con vivir en la pantalla
La pandemia y el confinamiento nos han obligado, casi sin quererlo, a buscar nuevas formas de vivir nuestra vida. Durante los momentos de mayor aislamiento hemos necesitado hacer renuncias, aceptar formas alternativas e imaginar nuevos caminos. La Iglesia no ha sido ajena a esto y ha encontrado un gran aliado en las redes sociales y las herramientas virtuales. De esta forma durante el tiempo en que no se podían realizar actividades presenciales se han buscado nuevas formas de mantener viva la comunidad y la oración. Un esfuerzo loable por parte de todos.
Sin embargo, no podemos olvidar que esto era una solución extraordinaria, la opción posible cuando habían desaparecido todas las demás. ¿Puede sustituir un Emoji a un abrazo? ¿Es igual una videollamada que una sobremesa en familia? ¿Puede alguna herramienta remplazar el valor de una buena conversación mirándose a los ojos?
Sin duda es mucha la aportación que los medios técnicos pueden hacernos en el día a día de la Iglesia: formación, reuniones, comunicación, etc. Pero la vida virtual no puede ser una alternativa a la vida real. No podemos conformarnos con vivir en la pantalla, con fingir que todo lo real puede vivirse también virtualmente, porque no es verdad.
¿Se trata de poner en duda las iniciativas virtuales? Ni mucho menos, se trata de que nos preguntemos por qué las escogemos. Si preferimos una celebración virtual o una propuesta pastoral virtual por ser más cómodo, porque conlleva menos responsabilidad, porque necesito menos implicación, o porque lo puedo hacer tirado en el sofá de mi casa, entonces hemos optado por lo light.
No es un riesgo solo eclesial, es algo propio de nuestra sociedad. Preferimos muchas veces la versión light de la vida, aquella a la que le vamos quitando los ingredientes que nos suponen un conflicto: el sufrimiento, la dificultad, el esfuerzo, la lucha, la presencia. Una vida light va dejando poco a poco de ser vida, de igual forma que una fe light va dejando de ser fe.
Por eso nos engañaríamos si pensásemos que lo online es igual que lo presencial. Como seres humanos necesitamos vivir la vida de forma integral, y eso incluye nuestro cuerpo. También nuestra experiencia de fe debe vivirse personalmente: cuerpo, alma y espíritu (1 Tes 5,23). Creemos en un Dios encarnado, la experiencia corporal no puede ser opcional. Por ello no caigamos en la tentación de ofrecer ni de escoger una fe virtual, volvamos con paso seguro a la vida real.
Javier Prieto