Comunicación
27/11/2021
La PALABRA del domingo 28 de noviembre, I de Adviento
El Adviento es el tiempo de alimentar la esperanza que nos prepara a la doble venida del Señor: la histórica en la encarnación, por medio de María (Navidad), y la escatológica al final de los tiempos. El Adviento es tiempo propicio para anunciar la liberación en base a las promesas de libertad y justicia hechas por Dios.
En este adviento el Señor nos llama a estar despiertos, no sabemos cuándo vendrá y nos puede encontrar dormidos. Vivimos tiempos difíciles, de desesperanza, marcados por la pandemia de la covid y sus consecuencias sociales, económicas, psicológicas, etc.
Encerrados en nuestros pequeños mundos, agotados en la mirada fría del presente y no somos capaces de levantar los ojos de la esperanza y otear el futuro que viene.
La multitud de “malas noticias” cada día ahoga la esperanza, parecen decirnos que es un milagro el que existan aún ojos ilusionados en mirar adelante. Hoy, Jesús nos convoca a mirar el futuro, en una actitud esperanzada. En lo profundo del corazón, cualquier persona anhela un futuro abierto a la liberación y a la salvación.
La tensión del creyente consiste en vivir no entre el mundo y el cielo, sino entre el presente y el por venir. Es el tiempo de Adviento, que es como decir tiempo de esperanza. Nuestra fe no nos mueve a buscar lo que está, sino lo que nos aguarda delante de nosotros.
Precisamente la tarea profética del pueblo de Dios a lo largo de la historia ha consistido en encender la llama de la esperanza, esa llama frágil, agonizante, que cualquier soplo puede apagar. Debilidad grandiosa de todo lo humano, que reclama el sustento divino.
El pasaje de Lucas es muy intenso y dirige la atención a la expectativa final, caracterizada no por el miedo o la angustia, sino por la esperanza: la liberación está cerca. El Señor quiere que estemos atentos para escuchar su voz que desafía el corazón, para no encerrarnos en nuestras pequeñas seguridades.
Comenzamos este tiempo nuevo del Adviento, hagámoslo reavivando la ilusión y la esperanza, compartiendo la vida con los demás, cuidando a los más vulnerables e intentando abrir nuevos caminos a pesar de nuestros cansancios y temores.
Una bandera discutida. Por Ángel Carretero
Ya hace más de 70 años que el Consejo de Europa sacó a concurso el diseño de la bandera común europea. ¿Quién fue el ganador? Arsène Heitz, un artista de Estrasburgo. Su boceto consistió en un círculo de doce estrellas sobre un fondo azul, siendo en aquel momento solo seis los estados miembros. Heitz argumentó que el doce simbolizaba la plenitud en el mundo y la cultura de la antigüedad.
Pero, a decir verdad, no es ésa la única razón de su inspiración. El artista francés era católico practicante, amante de la Virgen María. Llevaba al cuello la popular medalla de la Milagrosa cuya fiesta celebrábamos ayer. Es sabido que en una de las apariciones de la Virgen a Sta. Catalina Labouré (en 1830) pedía que se acuñara el modelo de medalla que conocemos a día de hoy. La devoción de los fieles ha querido ver en la Milagrosa a la misteriosa mujer de la que nos habla el último libro de la Biblia: una mujer vestida de sol y con una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Así es: la bandera de la Unión Europea que ondea en los edificios públicos o que se observa reflejada en la matrícula de millones de vehículos que circulan por nuestro continente está inspirada en la corona de la Virgen.
Pero por si eso fuera poco aún hay más. Algunos dirán que es pura casualidad. Otros creemos más en la causalidad. El caso es que los jefes de estado de aquel año de 1955, por razones de agenda, acordaron la fecha del 8 de diciembre para celebrar la sesión solemne en la que oficialmente se adoptase la bandera diseñada por Heitz. Es decir, coincidiendo con la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María que celebramos también en breve. Por tanto, la que fue tenida como Reina de Europa durante siglos recibe este “guiño” histórico de sus hijos. F. Hegel, el gran filósofo alemán de la modernidad, afirmaría que se trata de una “astucia de la historia”.
Coloquialmente se dice que “el tiempo va poniendo a cada uno en su sitio”. Podemos confirmarlo quienes ya hemos cruzado el ecuador de la vida por el paso de los años. No obstante, siempre habrá quien no desista en el empeño por negar nuestra “genética divina” (léase, capacidad de Dios) o por renegar de nuestras raíces cristianas. En cualquier caso, bastará con esperar a ver el final del “partido”. No es por hacer spoiler, pero los creyentes vivimos esperanzados en la promesa hecha por nuestro divino Maestro: tarde o temprano llegarán los cielos nuevos y la tierra nueva que ya no podremos dinamitar. Entonces resplandecerá esa Madre de todos y Aquel que nos la ha regalado como tal. Peor para quienes, mientras tanto, prefieran vivir huérfanos de ambos o expresarse “alérgicos” a los signos de su presencia.