Comunicación
12/06/2020
La perversión que nos quieren colar
La perversión que nos quieren colar
De forma reiterada, y preocupante, estas últimas semanas estamos asistiendo en los medios de comunicación a la puesta de relieve del teletrabajo, más que el trabajo en casa, este último habitual y cotidiano antes del coronavirus para algunos profesionales, como quien suscribe y seguro que no pocos lectores. Parece que todo son alabanzas.
En efecto, el teletrabajo nos está permitiendo a muchos desempeñar nuestro oficio con notable éxito, y lo que es más importante, está garantizando cierta normalidad social en medio de la anormalidad de la situación. Lo cual no es cosa de poco. Y como herramienta, perfecto.
Sin embargo, algunos se pasan de frenada y ven en la actual implementación de esta modalidad de trabajo el horizonte de futuro, al menos compatible. Puedo entender que un residente en una gran ciudad pueda ponerlo en la balanza ante el hecho de tener que dedicar dos o tres horas diarias para desplazarse a su puesto laboral. Pero en sociedades medianas como la nuestra, donde muchos tenemos el trabajo a 15-20 minutos y encima caminando, quizá no nos salga a cuenta.
Resulta que el teletrabajo es, en algunos casos, empresarialmente más productivo… Porque las horas corren distinto, porque se multiplica la dedicación, porque –como ya he escuchado en varias ocasiones estos días- con tanto trabajo los objetivos del año a estas alturas ya están cumplidos. ¿Y a costa de qué? De una cuestión antropológica. De suplantar el tiempo de dedicación y cuidado de la familia, del ocio personal, de la relación –aún virtual- con otros, del crecimiento espiritual, etc. por el teletrabajo. Antropológicamente perverso.
Rafael Ángel García-Lozano