Comunicación

26/02/2024

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Mi casulla

En ese año 2012, el veinte de mayo se celebraba la Ascensión del Señor. Yo, como marca el rito, me encontraba postrado mientras la Iglesia de la tierra invocaba a la del cielo para que el Espíritu nos envolviera con su presencia. Al levantarme me encontré con esa imagen: el pueblo de Dios, con sus presbíteros y el obispo; al fondo el retablo con el gran relieve de la transfiguración del Señor, fiesta titular de nuestra Catedral de Él Salvador de Zamora. Y después de la oración del obispo, me revistieron con las vestiduras sacerdotales.

No es posible diregir los sentimientos, ritos y consecuencias de la elección que Dios hace sobre uno —sea cual sea la elección—. Con el tiempo, como si se tratara las catequesis mistagógicas —esas que explicaban el rito a posteriori— he comenzado a entender la hondura de aquellos gestos y sus consecuencias. Entre ellos el hecho de ser revestido para celebrar el misterio.

El evangelio del segundo domingo de cuaresma siempre es la transfiguración del Señor. Es un anticipo de su resurrección de la que, como cristianos, tenemos la esperanza de participar. No es casualidad que los vestidos refulgentes de luz o la envoltura de una nube estén presentes en la transfiguración, la resurrección y la ascensión del Señor.

Tanto la tradición judía como los primeros cristianos —herederos de la espiritualidad judía— se preguntaban: ¿y Yahvé como vestía? Los judíos daban una contestación: de luz y envuelto por su nube de gloria. Así lo contemplaron los cristianos a través de Jesús, el Hijo de Dios. La respuesta respondía también a otra pregunta: y Adán, ¿estaba desnudo desde su creación a la caída?. Respuesta evidente: No. Era imagen de Dios, vestía igual que Él hasta que, cayendo en el pecado, la luz y la nube de gloria se disiparon y se sintió desnudo. Otra tradición judeocristiana dice que además Adán vestía un traje sacerdotal, el traje sacerdotal de Jesucristo que aparece en la carta a los Hebreos haciendo su ofrenda.

De vez en cuando, mientras me pongo las vestiduras para ofrecer el sacrificio, me gusta pensar en esto. En que nuestro blanco traje bautismal es un anhelo de aquella primera luz que nos envolvió, que mi casulla es el anhelo de la conversación y el culto puro entre Dios y el hombre que el pecado rompió y Cristo ha restaurado y que, sobre todo en los tiempos de penitencia como la Cuaresma, estamos en camino de recuperar la luz y la gloria, o sea, la imagen que Dios quiso depositar en nosotros.

 P. Santiago Martín Cañizares

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