Comunicación
19/08/2022
Reflexión. Francisco García, presbítero
VACACIONES EN EL DÍA A DÍA
Las vacaciones tienen dos dimensiones fundamentales, una lúdica y otra de descanso y rehabilitación. En cuanto a la primera, las vacaciones nos recuerdan que los seres humanos necesitamos del juego, de lo que nos hace disfrutar, y que el mundo -dicho en creyente- ha sido creado no solo para trabajar sino para gozar. En las vacaciones, se trata de encontrar placeres que otros momentos no nos permiten: parques temáticos, excursiones a la montaña, verbenas y conciertos…
En cuanto a la segunda, las vacaciones nos recuerdan que lo que lo que nos da valor no es la actividad productiva sin más, y que esta, si dejamos que absorba nuestra vida, termina por agotarla y deformarla. Como dice Jesús a sus discípulos: “Venid conmigo a un sitio solitario a descansar un poco, porque era tanta la gente y tantos los trabajos que parecían tener que afrontar que no tenían tiempo ni para comer”. Se nos puede olvidar por qué y para qué trabajamos, que lo hacemos para crear un mundo donde sea posible la vida humana en sus formas más sencillas (digamos en un inciso que esto es francamente difícil en un sistema laboral que carga con muchas injusticias estructurales).
Es necesario el descanso, la vida natural, sencilla, serena que es lo que buscamos cuando volvemos al pueblo en verano, o cuando nos juntamos con amigos a tomar un café o unas copas mientras compartimos tranquilamente la vida que llevamos, o cuando hacemos más vida familiar, o cuando buscamos espacios de lectura, silencio y reflexión…
Este ritmo anual de ‘trabajo productivo - vacaciones’ se repite cada semana en su distribución en ‘días laborables - días festivos’, y quizá nos iría bien si insertásemos en la vida diaria estas dimensiones de las vacaciones: el placer, el descanso y la búsqueda del sentido de las cosas.
Es necesario que cada día podamos experimentar, en medio de las dificultades y sufrimientos con que la vida nos carga, algo del placer de vivir; es necesario que cada día descansemos lo suficiente, y tenemos que reconocer que, si es verdad que el ritmo de la vida no siempre nos lo permite, a veces somos nosotros mismos los que parecemos estar enganchados a la actividad; es necesario que habitemos nuestro interior y que sea él quien nos ayude a discernir y a decidir, para que no lo haga simplemente la inercia, o los intereses implantados por otros en nuestro corazón, y sobre todo para reconocer que todo está envuelto por la promesa de vida del Señor.