17/01/2015
¿Alá es grande en París?
Con las palabras que abren este artículo, pero gritadas en forma afirmativa, irrumpieron el pasado 7 de enero tres individuos matando a quemarropa a doce personas e hiriendo a once más en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo en la capital de la liberté, egalité et fraternité. A sangre fría asesinaron a esta docena de personas como venganza por las mofas de los viñetistas del rotativo al Islam y al propio profeta Mahoma. Y los asesinos, aunque con caras y nombres inconfundiblemente islámicos, tenían la nacionalidad francesa, más aún, habían nacido y fueron criados en la República gala, educados por docentes y con dineros franceses, y acogidos a los criterios y postulados hechos por occidentales. Principios sobre los que se han vuelto de la forma más violenta posible.
El presidente de la República y los altos cargos políticos franceses y de toda Europa y Occidente en pleno han condenado firmemente los ataques. El primero incluso ha considerado a los fallecidos como auténticos héroes de la libertad, piedra de toque de nuestras sociedades. Al día siguiente del atentado caricaturistas y humoristas gráficos de medio mundo, así como periodistas malheridos por este ataque a su profesión y a la libertad de prensa, entonaron la retahíla de argumentos que comparaban la lucha desigual de los lápices y plumas contra las armas. El resto ustedes ya se lo saben.
No cabe duda de lo salvaje del atentado terrorista. Y, como consecuencia, ahora nos entra de nuevo el pánico y la prevención ante lo islamista. Sin embargo, creo que estamos poniendo el foco donde realmente no está el quicio del problema. Para los países occidentales en su conjunto, la libertad –incluso de prensa- se ha establecido, de hecho, como el núcleo articulador de nuestros modos de convivencia, valor irrenunciable sobre el que tejer nuestras sociedades. Pero vamos comprendiendo que bajo este criterio no entra todo el mundo, y el islámico menos. Aquí es donde se establece la pugna. Sin embargo hay un dato que parece que no queremos comprender. Desde luego que no es admisible la violencia contra las ideas y la libertad, pero probablemente hemos de empezar a caer en la cuenta de que efectivamente la libertad también tiene límites. Y límites no porque vengan impuestos por los ataques violentos, sino porque mi libertad acaba donde comienza la del otro. Insisto en condenar rotundamente los ataques, desde luego. Pero igual debemos empezar a comprender que la mofa, la sátira y la burla tampoco pueden tener cancha ilimitada. En efecto, la broma y el chiste pueden ser también una forma de violencia, muy atenuada, claro, cuando se pronuncian no para reírnos juntos, sino contra otro, para denostarlo y humillarlo. Quizá sea el caso. Probablemente sea el momento de abrir el debate entre la libertad de prensa y el respeto, entre la libertad para poder decir lo que me da la gana y las consecuencias que ello pueda engendrar. Igual debemos conocer un poquito más a nuestro vecino y saber hasta dónde podemos llegar. Porque la libertad me permite incluso insultar a otro. Ahora bien, el sentido común me dice que tendré que asumir las consecuencias de mi exabrupto.
Desde luego no hablo de autocensura, sino de considerar abierta y firmemente la necesidad del respeto por lo otro y los otros. Y me refiero al mundo islámico y a cualquier otra realidad de nuestras propias sociedades y de cada individuo en particular. Igual es momento de que por fin empecemos a poner el respeto en uno de los centros de nuestra cultura y civilización, también a la hora de emitir irónicamente nuestras afirmaciones o publicar nuestros dibujos. Porque la verdadera libertad siempre tiene límites, y conocerlos nos hace más libres aún.
Termino. Curiosamente algunos de los hijos de nuestras sociedades, en las que se forman y de cuyos beneficios sociales se nutren, se vuelven contra, no lo olvidemos, el modo de vida occidental. Así lo consideramos. Sin embargo, mientras, seguimos argumentando acomplejadamente sobre ciertos temas referidos a la convivencia con el mundo musulmán. No deberíamos olvidar tampoco otro elemento que en Occidente ya creemos haber superado. Y es que ciertos orígenes del problema están en la religión. Occidente cree haber superado la fase religiosa de la humanidad, convencimiento totalmente ingenuo y, como la realidad nos demuestra, erróneo. Y por ello, si no la desprecia, al menos la desconsidera. Es un canal que tenemos olvidado. Igual debiéramos reconsiderar recuperar esta dimensión humana si queremos comprender un poquito el porqué de la violencia de parte del mundo musulmán y, desde ahí, salir al paso de ella. Porque no olviden que la yihad es un mandamiento del Islam.
Rafael Ángel García Lozano
Ecclesia 3762 (2015) 37