31/01/2015
Creador de puentes
A los 200 años del nacimiento de Juan Bosco
José Álvarez Esteban
La fecha del 31 de enero hubo un tiempo que me impelía a escribir sobre la educación. La festividad del día, San Juan Bosco, y la formación y el espíritu salesiano me llamaban a ello. Así “Optar por la educación” (1993), “Juan Bosco, el cura que fue muchacho” (1994) y “Sanear los ambientes” (1995). Aquella página de “Criterios” de la Opinión, que un día fue para mí visita obligada en artículos semanales, quedó atrás. En la finalización de enero, concretamente sobre la fecha del 31, tema obligado, pues, es el de la educación. El título elegido para una ocasión como esta de la fiesta y bicentenario del nacimiento de Juan Bosco me lo ofrece el joven y recién nombrado Rector Mayor de los salesianos, Ángel Artime. “Creador de puentes” es la definición que del fundador de los Salesianos hace su máximo representante en la actualidad y ese también el camino, la labor, que le asigna a sus herederos: tender puentes entre Dios y los jóvenes. “Estamos llamados, dice, a visitar continuamente las dos orillas: las nuevas generaciones y el Señor. Los jóvenes son nuestra tierra prometida”.
La historia tiene la habilidad de repetir las suertes como si de los números de una ruleta se tratara. ¿Cien?, ¿doscientos años?, apenas nada, tan sólo dos ancianidades conectadas en el tiempo. Los fundadores, apercibidos de lo precario y anecdótico de sus vidas, quisieron para su obra carácter de permanencia. Eso lo hace, le toca y es labor ya para una Institución. Murió a medias Don Bosco, dejó una amplia descendencia, una larga generación de hijos para proseguir su labor. Quizás por ello la columna de María Paz del Castillo en el semanario Alfa y Omega del pasado 8 de enero venía titulada “Gratitud por 200 años de vida de Don Bosco”, así, como si todavía no hubiera muerto. “Hay una intuición de Don Bosco, dice, particularmente significativa: la presencia entre los jóvenes, una presencia que es familiaridad, cordialidad y cariño expresado”.
Y ahora, y sin tener por ello que abandonar ese campo de trabajo de los chicos, los salesianos han saltado al primer plano de la información no tanto por su concreta labor educativa, que sí, también por el lugar donde esa misma labor se realiza, esas naciones del África negra en las que el ébola hace su agosto y que por graciosa concesión del continente, Tercer Mundo al fin, trabaja e infecta todos los días del año. Los salesianos, al igual que los hermanos de San Juan de Dios, unos entre gasas y medicinas y en ambiente antiséptico y desinfectado de formol, otros entre libros y algarabía colegial, que también la cultura cura y previene enfermedades, unos y otros, obedecen y responden al carisma de sus fundadores. A lo mejor no les ha llegado eso del papa Francisco de salir, de saltar a las periferias, qué importa, viven en ellas, son su ambiente.
Doscientos años se cumplen el 15 de agosto del nacimiento de Juan Bosco. Por esta vez los salesianos quieren festejar el nacimiento como es el caso de su homónimo Juan el Bautista. Lo que tiempo atrás escribí sobre Juan Bosco, me remito nada menos que al 1993 en el artículo “Optar por la educación”, lo transcribo ahora en toda su amplitud y hasta en lo descarnado de la redacción como en un extracto de biografía : “Los jóvenes desorientados, perdidos por las calles de Turín, aprendices a delincuentes, tienen hoy también nombre propio: parados, marginados, pasotas, asociales, desencantados de la vida, esa parte de la juventud que, a fuerza de decepciones, ha sido despojada de esperanza. El desencanto de aquellos jóvenes sin escuela, sin trabajo, sin familia muchos de ellos, amamantados a todos los vientos y a los que les dedicó tiempo y vida el joven sacerdote de Turín, es comparable a tantos otros jóvenes de hoy aparcados en las escuelas y universidades (¿a dónde ir si no…?), eternos opositores, abonados a las listas del desempleo, que intuyen negros nubarrones en el horizonte de sus vidas. Son los jóvenes quienes pagan el precio más alto del desconcierto de la sociedad”.
Quienes hoy en día laboran en ese amplio espectro de la adolescencia y de la juventud lo hacen en la fragilidad de unos elementos que, por lo mismo que seguro cimiento de futuro, pueden resultar materia explosiva, que levante en vilo las estructuras de la sociedad. ¿Lo entenderán?, ¿entienden quienes nos gobiernan que el mundo de la educación, leyes incluidas, no puede ni debe ser moneda de cambio, ni mucho menos objeto de transacción?
Publicado en La Opinión-El Correo de Zamora.