8 MZamora, 4/3/2021. Se acerca el 8 de marzo, y con él, un año más las sonadas manifestaciones y actos en favor de la lucha por los derechos de la mujer. Este año centradas en salir o no a la calle en época de pandemia, y quien es más o menos mujer por hacer o no hacer.
Si echo la vista unos años atrás, recuerdo que no veía mal la celebración de este día, igual que se celebra el día del padre, el de la madre, ¿por qué no celebrar el día de la mujer? ¿Por qué no tener un día para reconocer su papel en el mundo, en la sociedad, en la familia?
Sin embargo, desde mi punto de vista, en los últimos años esta celebración se ha ido radicalizando, y no precisamente porque en ellos, los últimos años, hayan disminuido nuestros derechos o aumentado nuestra supuesta desigualdad en nuestro país de manera radical.
Quizá soy una persona con suerte, una mujer con suerte, ya que a lo largo de mi vida laboral, y ya son unos cuantos años, no he visto en mi entorno laboral, ni en el de las mujeres cercanas a mí, lo que cuentan las estadísticas en cuanto a las diferencias salariales, o de acceso a puestos directivos entre hombres y mujeres.
Tampoco en nuestra vida matrimonial tenemos divididas las tareas en función del sexo, sino más bien en función de nuestras capacidades, y tiempos. Y a nuestros hijos, como creemos que no debe ser de otra manera, los educamos por igual, da igual que sean niños o niña, en nuestra casa no hay tareas para chichos y tareas para chicas.
Y lo mismo puedo decir sobre lo que ha sido mi vida dentro de la Iglesia, desde que tras la confirmación he asumido distintas tareas y responsabilidades, en función de mi edad y de mi capacidad, o de la capacidad que otros han visto en mí, y en las que he ido trabajando con otras personas, muchas veces del otro género sin que nunca me haya visto minusvalorada por mi condición de mujer.
Creo que está bien celebrar el día de la mujer, sigue habiendo países y culturas donde aún no se han equiparado sus derechos a los del varón, donde la mujer no es respetada, por el simple hecho de serlo. Pero creo que esta celebración no debe caer en la confrontación, en atacar la masculinidad del hombre, ni la feminidad de la mujer, no debe caer en la lucha de sexos, o en el rechazo de la maternidad, lo más femenino que podemos tener, que se rechaza, retrasa o elude por asimilarnos a los varones.
Hombres y mujeres somos complementarios, así hemos sido creados, y así los que somos padres hemos de educar a nuestros hijos, desde la complementariedad de nuestra unión que nos hace uno más perfecto. Y así, nuestras diferentes sensibilidades, nuestras formas diferentes de manifestar afecto o nuestras maneras distintas de percibir lo que nos rodea, desde el respeto a la dignidad de cada uno, ayudarán a que nuestros hijos crezcan sabiendo qué es la igualdad en el día a día, no en los actos convocados un día concreto.
Ojalá nuestros gobiernos fueran capaces de implantar políticas de apoyo a las familias, para que así los padres y las madres, pudiéramos elegir, si así lo deseamos, quedarnos en casa con comodidad, pudiendo ser nosotros mismos los principales artífices de esta educación en igualdad de nuestros hijos, sin vernos obligados a reconducir lo que el colegio, las asociaciones con intereses variados, los medios de comunicación con tintes ideológicos o los legisladores de turno les hacen llegar.
Porque lo más importante no es quien sale o no a la calle, si no quien ha aprendido a vivir aceptando su condición de hombre o mujer, quien se vive como un ser único, irrepetible y querido, amándose como es y se desarrolla como persona individual dando lo mejor de sí mismo, y además se implica en el desarrollo ordenado de la sociedad y las personas que le rodean. Sabiendo que hombre y mujer son iguales en derechos o dignidad no porque haya más gente manifestándose en la calle que lo grite, sino porque su creador así lo ha querido.
Marta Hernández
04/03/2021más info