Por Rafael Ángel García-Lozano
La tarea es ingente y apasionante. Quizá ambas en el mismo grado. Vivimos en una tierra de cristianos viejos. Nos lo recuerdan las placas de piedra que custodian la puerta norte de nuestra catedral, en las que Pio XII decía a nuestros mayores aquella sabia sentencia de "no seáis indignos de vuestros abuelos': Ojalá estemos a la altura. Todos. Cristianos viejos, decía. Aquellos que quizá por la inercia pierden la pulsión de la vida, la vida cristiana y la fe. Necesitamos ilusionarnos de nuevo. Los nuevos aires siempre nos han venido bien. Y cuanto más lejanos, más bien nos han hecho. La historia, que es maestra, nos lo muestra.
No es momento de lamentarnos por nuestra dramática situación diocesana. Y el adjetivo "dramática" no es exagerado. Miremos alrededor. Agradeceremos ante todo un prelado que sea eminentemente pastor. Cuesta entrar, porque somos fríos a imagen de nuestras nieblas de otoño. Pero, ojalá, cueste salir. La diócesis necesita pasar página y experimentarse de nuevo como pueblo de Dios en marcha capitaneado por Jesucristo. No por el lamento, el desasosiego y el marchamo de "el que venga detrás que arree". Conviene superar la presión de lobbies ya internos, manos largas y pasividad arraigada. Por mera coherencia. Conviene situar en su justo lugar a asociaciones, privilegiar decididamente las iniciativas de evangelización explicita, impulsar la evangelización de nuestra cultura y apostar por la corresponsabilidad eclesial no sólo ejecutora sino también decisora. También urge atenuar la sacramentalidad sociológica con un valiente, decidido y comunional "no" cuando éste se impone por si mismo. Casi nada. Por mera fidelidad al evangelio de Jesucristo y a la misión de la Iglesia.
La tarea es ingente y apasionante. Pero no estamos solos. Es obra de Jesucristo mismo. Y también de los cristianos que peregrinan (o caminan ligero, les llevan, se arrastran, etc) en esta diócesis de Zamora de la mano de su pastor. Tenemos nuestra ilusión puesta en su ministerio. Sea bienvenido.