07/01/2023
50 años de una parroquia en La Alberca
Fue D. Ramón Buxarrais Ventura el obispo que, un 29 de septiembre de 1972, erigía como parroquia La Natividad de Nuestra Señora. Hasta ese momento la zona pertenecía a Nuestra Señora de Lourdes, pero la distancia física, además de la sociológica, parecía justificar la creación de una nueva parroquia en el barrio de La Alberca. Agustín Montalvo, hoy adscrito a la parroquia de San Lázaro, fue el sacerdote encargado de poner en marcha el nuevo proyecto pastoral. Y de ponerle nombre. “Elegí el nombre de La Natividad de Nuestra Señora porque me pareció que el 8 de septiembre era una fecha apropiada para intentar celebrar unas buenas fiestas que unieran a los cuatro barrios integrados en la parroquia (Arenales, La Alberca, La Villarina y Las Llamas)” apunta Montalvo, entonces un joven sacerdote que compaginaba sus estudios de Pedagogía y Psicología en Salamanca con la actividad pastoral en la incipiente comunidad parroquial. No había templo y se utilizaban las antiguas escuelas. “A diario no se podía celebrar la misa porque había clases, y los domingos había que retirar los pupitres de un aula para que la gente se pudiera sentar. Los entierros se seguían haciendo en Nuestra Señora de Lourdes porque allí no se entraba”, comenta Agustín. No había templo, pero tampoco libros parroquiales, ni objetos litúrgicos. Poco a poco, con la solidaridad de otras parroquias de la ciudad y de los vecinos, se fue reuniendo todo lo necesario para atender la actividad pastoral. En aquel momento había una estrecha colaboración con la parroquia de San José Obrero con la que, entre otras cosas, se organizaba conjuntamente el campamento.
Eran tiempos bien distintos a los que hoy conocemos: calles sin asfaltar y sin alcantarillas, no había agua corriente, tampoco farolas… Recuerda Agustín que, hacia los años 1973 y 1974, la parroquia promovió la creación de un fondo común de solidaridad para que los vecinos que no podían pagar las 7.000 pesetas que costaba la canalización de agua pudieran acometer la obra. Después lo devolvían poco a poco, un gesto que ayudó a dignificar los hogares de la zona.
Dos años duró Agustín como párroco porque el obispo de Astorga y administrador apostólico de Zamora, D. Antonio Briva Mirabent, le llamó para ser rector del Seminario Mayor. Le sucedió Pedro Rosón Martín, que fue nombrado párroco en 1974. Rosón consolidó la estructura de la parroquia. Por aquel entonces, los domingos iba a misa a la parroquia Sor Pilar, una Hija de la Caridad a la que Pedro Rosón le pidió que se insertase en la vida parroquial. Rosón le estaba haciendo una propuesta posiblemente desconocida en la época y un tanto revolucionaria: que una religiosa dejase su comunidad para, a pleno rendimiento, convertirse en agente pastoral de una parroquia del extrarradio de Zamora. A ella no le disgustó la idea, pero por ser hija de obediencia el párroco tuvo que escribir una carta a su visitadora general para que le diera el visto bueno. Tuvo éxito la gestión y tres Hijas de la Caridad se fueron a vivir a La Villarina. Una de ellas era trabajadora en la Seguridad Social y con su sueldo mantenía a las otras dos, de modo que las tres hermanas y el cura hicieron un buen equipo pastoral. Fueron años de una intensa actividad. A mayores, a este grupo se le unían tres estudiantes de magisterio pertenecientes al Grupo Scout que pilotaba el ya fallecido Franchichi. Ellos vivían con el párroco en Arenales. Cuando acababa uno la carrera, este se encargaba de que otro le sustituyera. Las tres Hijas de la Caridad, los tres estudiantes scouts y el cura trabajaban en red y pudieron desarrollar una intensa labor. Fue entonces cuando construyeron la guardería para atender a los más pequeños y un dispensario que fue costeado a prestación personal para proveer cuidados sanitarios básicos a la gente del barrio. Con el dinero que renunciaron a cobrar los profesores del Centro de Cultura Popular, se construyó encima de la guardería una nueva sede para seguir desarrollando la actividad educativa con las mujeres de la parroquia. En esta época el colegio cedió definitivamente las aulas a la parroquia y se adoptó la estructura arquitectónica que ha llegado hasta nuestros días.
Tras la marcha de Pedro Rosón en 1984 como misionero al Piura, la parroquia, a petición del párroco saliente, fue encargada a los salesianos. Primero en la persona de Maximino Román, luego en la de Antonio Fuentes y, por último, en la de Vidal Rodríguez. Tomaron el testigo pastoral y trabajaron duro por mantener y acrecentar la vida cristiana en esa zona de Zamora. Estuvieron prácticamente una década a cargo de la parroquia. José Díez Anta sucedió a los salesianos hasta que, en 1994, D. Juan María Uriarte nombre a Francisco Díez párroco de La Natividad de Nuestra Señora, una tarea que, como el propio Don Paco cuenta, era provisional y que, a día de hoy, acumula ya casi tres décadas a sus espaldas. En todo este tiempo la parroquia asentó la vocación social que sus antecesores habían desarrollado. Sin olvidar la catequesis y la administración de los sacramentos, Don Paco promovió y desarrolló la atención de la guardería, un servicio que permitía a los padres trabajar y que, a la vez, aseguraba que los hijos estuvieran bien atendidos en todos los aspectos. Y no quedó ahí la tarea, porque en este tiempo se dio un paso que resultó pionero en el ámbito de la educación formal, a saber: se creó el Centro de Formación de Garantía Social en hostelería con las especialidades de Bar y Restauración, una decidida apuesta por la formación de la gente del barrio que se desarrolló a lo largo de 23 cursos consecutivos. La escasa alfabetización digital de los vecinos de la zona hizo que Don Paco sacara adelante cursos de informática con la intención de iniciarles en esas herramientas básicas. “Siempre me he sentido muy a gusto con la gente” explica Don Paco, “especialmente con los mayores y los enfermos” a los que confiesa que atendió con esmero y cercanía. Don Paco, consciente de que en su parroquia sigue habiendo necesidades materiales, atiende mensualmente a medio centenar de familias que reciben la ayuda de la comunidad cristiana para ir salvando su precaria situación.
Sigue habiendo mucho trabajo dentro y fuera del templo y con este quincuagésimo aniversario la diócesis refuerza su compromiso de presencia en esta zona de la ciudad. Así lo ha expresado en su homilía el obispo, D. Fernando Valera, que subrayó que “el Señor pone su tienda entre nosotros”, nunca abandona a su pueblo y se sirve de muchas intermediaciones para acompañar el paso de los fieles. Monseñor Valera subrayó la “cercanía y la trayectoria de los sacerdotes” que se manifiesta en su entrega apasionada por el Evangelio, como a lo largo de estos 50 años se ha podido ver en la parroquia de La Natividad de Nuestra Señora. La presencia en la celebración del primer y último párroco constituía un precioso mensaje de unidad que el obispo también quiso subrayar.
Ojalá que este aniversario fortalezca la vida comunitaria y el Espíritu de Dios alimente y dé los frutos materiales y espirituales que necesitan sus fieles para seguir caminando por la senda del Evangelio.