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Carta del obispo. Día de la Iglesia Diocesana
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05/11/2021

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Carta del obispo. Día de la Iglesia Diocesana

Queridos hermanos:

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos relata que “el grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma […]” (Hch 4, 32). La primera Iglesia vive de la experiencia del Resucitado y traduce esto en una vida comunitaria impregnada por la caridad, virtud que unifica a los creyentes en Cristo.

La Iglesia, imagen del misterio de Dios en su trinidad y unidad, es comunión de sujetos diferentes. Lejos de todo uniformismo eclesial, que anula la multiplicidad de dones y carismas, el Espíritu Santo es agente de la unidad en la diversidad.

Pero esta Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica, ha sido fundada por Cristo y establecida sobre el fundamento de los Apóstoles, los primeros amigos del Señor. Como sucesores suyos, los Obispos tienen la misión de ser los pastores que enseñan, santifican y gobiernan las Iglesias particulares. En colaboración con ellos, los presbíteros participan del único sacerdocio de Cristo en comunión con el Obispo diocesano, y los diáconos ejercen el servicio, especialmente en la mesa de la Palabra y en la mesa de la Eucaristía, así como en la caridad para con los más necesitados.

Los consagrados hacen presente, por medio de un corazón entregado a Dios, la vida del Reino de los cielos, y dedican su tiempo y su esfuerzo a la oración y al servicio de los hermanos. Los laicos, por su parte, viven en medio del mundo y dan testimonio de Jesús en sus tareas cotidianas, especialmente en la familia, en el trabajo y en las relaciones sociales.

Nuestra querida Iglesia de Zamora, enraizada en una historia rica en una espiritualidad profunda, camina en este territorio castellano al encuentro del Señor. Nuestra meta está puesta en Dios y hacia Él caminamos con alegría, según reza el salmo 121: “¡Qué alegría cuando me dijeron: ‘Vamos a la casa del Señor’!”.

Pero las circunstancias actuales pueden haber eclipsado esa alegría de seguir a Jesús. La pandemia de COVID-19, por la que nos vemos aún acechados, parece haber obstaculizado la acción pastoral de la Iglesia entera y de nuestra Iglesia particular. Sin embargo, el Señor nos hace ahora una llamada más profunda a la unión con Él y a la entrega a los hermanos. Insertados por el Bautismo en la familia trinitaria, estamos llamados a ser elementos de comunión dentro de la Iglesia y fermento de unidad en medio del mundo. En efecto, el encuentro con el Dios vivo no nos deja inmóviles ni ensimismados, sino que nos hace “salir de nuestra tierra” –de nuestra comodidad y seguridad– para ir al encuentro de los más necesitados.

Oremos al Señor para que nuestra Diócesis de Zamora, conmigo, indigno siervo del Señor, con todos los presbíteros, con todos los consagrados y los laicos, sea cada vez más un hogar cálido, una familia abierta, una casa acogedora y hospitalaria para con los pobres y necesitados, para con los que están cerca y los que están lejos, para con los tristes y los que viven a la intemperie de la existencia. Que María, Madre del amor y mujer de la ternura, y san Atilano, patrón de nuestra Diócesis, intercedan por todos nosotros.

 

+ Fernando Valera Sánchez

Obispo de Zamora

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