31/01/2014
Emilio Justo: “la fe es un encuentro que abre un nuevo horizonte”
Las XII Jornadas Diocesanas de Zamora han concluido con una conferencia de Emilio José Justo, párroco de Peñausende, en la que ha trazado las líneas fundamentales de la primera encíclica de Francisco, Lumen fidei (la luz de la fe).
Zamora, 31/01/14. Hoy se ha celebrado la tercera conferencia de las XII Jornadas Diocesanas. Después de una ponencia del obispo diocesano, Gregorio Martínez Sacristán, el miércoles 29, y de la intervención de la profesora María Teresa Compte Grau ayer, la clausura ha estado a cargo del sacerdote diocesano Emilio José Justo, párroco de Peñausende, que ha hablado sobre “La luz de la fe. Líneas fundamentales de la encíclica Lumen fidei”.
Emilio José Justo Domínguez, natural de Bretó (1977), fue ordenado en Villarrín de Campos en 2003. Licenciado en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca, después de desempeñar el ministerio sacerdotal en el Seminario Menor San Atilano, en Carbajales de Alba y otros pueblos, se desplazó a Bonn, en cuya Universidad ha obtenido el doctorado en Teología. A su vuelta se ha hecho cargo de Peñausende y otras siete parroquias del arciprestazgo de Sayago. Ha publicado recientemente el libro Libertad liberadora.
La luz, entre la poesía y la liturgia
“La luz es una realidad básica del mundo y de nuestra vida. Es muy difícil de definir, pero todos sabemos lo que es. Frente a la oscuridad, se refiere a lo positivo, a la alegría, al bien, a la verdad y a la belleza”, comenzó diciendo, además de explicar los diversos usos de esta metáfora. “Y donde hay luz, hay más alegría, se abre la posibilidad de hacer un camino y tenemos la fuerza para hacerlo”.
También citó al poeta zamorano Claudio Rodríguez, en los primeros versos de Don de la ebriedad: “Siempre la claridad viene del cielo; es un don: no se halla entre las cosas sino muy por encima, y las ocupa haciendo de ello vida y labor propias”. Siempre llega como un don, como una bendición que nos ensancha el alma.
Emilio Justo señaló a continuación el papel de la luz en la liturgia cristiana: toda la asamblea mira al sol, que representa a Jesucristo que viene a salvar el mundo. Y, por otro lado, el rito del lucernario en la vigilia pascual, con el cirio que representa a Jesucristo resucitado, que vence a las tinieblas y las ilumina. El mismo Jesús dice ser la luz en un contexto bien determinado, y cuando se transfigura, resplandece.
“Jesús es la luz del mundo porque, siendo el Hijo de Dios, trae la vida y la salvación a los hombres y a toda la creación”, afirmó el ponente, y aparece en los textos evangélicos curando a ciegos: “la luz simboliza la vida, y la ceguera representa las tinieblas del pecado”. Jesús ilumina a los ciegos para que puedan verlo y, así, puedan creer.
El ser humano, la fe y la razón
Esto lleva a la pregunta: ¿qué es la fe? “En el lenguaje común la fe se contrapone al ver y al saber. El que ve no cree, y el que sabe tampoco cree”, explicó, y así la gente se refiere a la fe como un conocimiento deficitario o como una opinión. En la modernidad se ha dado una contraposición entre el saber y el creer, marginando la fe al desplazarla al ámbito de la opinión, la imaginación… o incluso hasta llegar a considerarla como una invención.
Al que cree se le abre un horizonte nuevo, pero no abandona la razón. La fe da razones, y desde la razón humana pueden comprenderse la experiencia y el conocimiento de la fe. La fe supone la razón común a todos los hombres y la libertad. Además, recordó el ponente, “la fe forma parte de la normalidad de las relaciones humanas, y así nos fiamos de personas que saben más que nosotros en la vida cotidiana, o de las personas que nos quieren y nos cuidan”.
El encuentro personal con Dios
¿Y qué pasa con la fe religiosa? En este momento, Emilio Justo citó un texto central de la encíclica, en el número 4, que define la fe, y explicó: “se trata de una relación en la que Dios muestra su amor hacia el hombre, y el hombre participa de la comunión con Dios”. En cuanto a la importancia del documento, el ponente señaló que “esta encíclica culmina un proceso histórico de reflexión sobre la fe”, e indicó sus hitos principales. De esta manera, Francisco insiste en lo central de la fe: “la fe es un encuentro, una relación con Jesucristo, que abre un nuevo horizonte”.
La fe tiene un carácter personal, es confianza, fiarse de Dios, que es fiel y cumple sus promesas. Y es un camino a recorrer, como el camino del pueblo de Israel desde la esclavitud de Egipto hasta la tierra prometida, apartándose de la idolatría, que “es considerar a Dios como un objeto, y es obra de nuestras manos… en el fondo uno se pone a sí mismo en el centro”.
Frente a esto, la conversión es el encuentro con el Dios vivo y verdadero, “con todo lo que tiene de novedad y de riesgo. Dios tiene un rostro y una palabra, y por eso me puede llamar y me puede interpelar”. Este encuentro tiene lugar en Jesucristo, en quien se hace presente Dios con un amor que llega a dar la vida por sus amigos. “Por eso podemos confiarnos a él, que ha vencido a la muerte; es un amor que vence al mal y al pecado, es eficaz y concreto”.
“Según el Papa, los órganos de la fe son ver, oír y tocar”, explicó el ponente. “Se trata de conocer personalmente a Jesús, lo que significa verlo, escucharlo y tocarlo”, tal como aparece en la primera carta de San Juan. El que cree está en sintonía con Jesús, y la fe nos viene por la escucha de la Palabra.
El Papa habla del conocimiento y de la verdad, y “la verdad está relacionada con el amor, porque la fe nace del encuentro con el amor de Dios. No hay amor auténtico si no hay verdad”, afirmó. Y el amor conlleva un conocimiento, que hace descubrir realidades desconocidas hasta entonces. “El que ama, conoce con una mayor profundidad, y el que ha sido tocado por Dios, recibe una luz nueva para conocerlo a Él. La fe da nueva luz”.
El “nosotros” de la fe
Hay otra cuestión importante en la encíclica: la relación entre la fe personal y la fe de la Iglesia. “La fe es una fuerza de comunión y una fuerza de fraternidad”, dijo. La persona vive siempre en relación, y esto se conjuga con el ser personal, libre e individual. “La comunión no limita a la persona, sino que la potencia y la enriquece, la hace más persona. Necesitamos la alteridad, la relación con los otros. Como dice el Papa, el yo se abre al nosotros, sin dejar de ser yo”.
Por eso “el creyente participa en el nosotros de Dios, porque Dios es comunión trinitaria, y es introducido en el nosotros de la Iglesia”. La vida de la fe tiene lugar dentro de la comunión de la Iglesia, entablando relaciones vivas y concretas que ensanchan el yo personal. “Esto se muestra en el gesto litúrgico de la profesión de fe, y decimos ‘creo’ porque asumimos el nosotros de la fe eclesial, en comunión con todos”.
Por el bautismo el creyente es introducido en el misterio del amor de Dios y en el misterio de la comunión de la Iglesia. Es un don, “porque Dios se acerca a nosotros, y por eso somos creyentes y tenemos fe”. Y así el bautismo significa una vida nueva para el creyente.
El paso siguiente es el testimonio: “la fe se transmite por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama”. Cristo ha hecho a sus discípulos partícipes de su misión. “A través de nosotros, los cristianos, puede llegar la luz de Cristo al mundo. Es verdad que para algunas personas los creyentes podemos llegar a ser un obstáculo para creer, o un escándalo”.
Ante esto, señaló, “por un lado, la oscuridad que tiene la Iglesia es porque nosotros ponemos pecado en la Iglesia, y esto supone para nosotros una llamada a la conversión. Y, por otro lado, nos llama a la humildad. Sólo en la Iglesia, por pobre o débil que pueda ser, por esta comunión, e donde podemos recibir la luz de Cristo”.
¿Para qué la luz de la fe?
Queda una cuestión pendiente: “si la luz de la fe nos ilumina, ¿dónde nos ilumina? En primer lugar, en el propio camino personal, en la vida concreta”. La fe permite ver el sentido de la historia y el sentido de la historia personal, descubriendo el plan de Dios sobre el mundo y sobre la propia vida.
Además, se trata de una luz para ver a Jesús y para conocer el misterio de Dios. “La fe nos hace sensibles para las cosas de Dios y nos permite conocerlo realmente; hace que la Escritura sea significativa y en ella nos hable Dios mismo; hace viva nuestra oración personal y significativa la liturgia; nos hace sensibles para encontrar a Cristo en los más pobres y para comprometernos en la sociedad”.
La fe ilumina también la vida familiar: “sólo es posible prometer un amor para siempre si se sostiene en un plan que sobrepasa nuestros planes individuales, que es el plan del amor de Dios”. Y la fe ilumina el sufrimiento humano, “dando consuelo y fortaleza para afrontar las pruebas, el sufrimiento y el dolor, porque supone la presencia de Alguien que nos acompaña en el camino”. En conclusión, “la luz de la fe es Jesús mismo, que está presente, acompaña y ama al creyente. Al final se trata de la luz que el amor de Dios ha introducido en el mundo”.